La alquimia del paisaje.
El gran viaje, que se inicia en La Mancha, es sinónimo de descubrimiento en la obra de López Moral, que da un paso más incorporando en sus nuevas construcciones elementos reales del paisaje, dando así un salto a lo tridimensional pero efímero. Las raíces de almendros y girasoles son micromundos donde la escala de lo real se pierde en pro de lo simbólico. Las raíces recogidas in situ de almendros, árboles delimitadores de las tierras y las del girasol, metamorfosis de la ninfa Clítia, condenada a seguir eternamente el curso del carro de Apolo portador del sol que lo conduce al oeste. Y en su ocaso, se establece otra analogía, la del otoño, estación previa a la muerte de la naturaleza, a su adormecimiento.
La fase vital del otoño, López Moral llegando a la edad madura, momento en el que abandona el cobijo urbano huraño con la naturaleza, en busca de la persistencia de su memoria en el paisaje, del recuerdo transformado, de lo olvidado… Los entornos naturales funcionan como una huella en continua transformación, impronta tan relacionada con la fotografía que no es sino huella de luz.
El rito que supone enfrentarse al paisaje conlleva la ampliación del conocimiento, la ruptura de las formidables fronteras que se desarman con la osadía del aventurero ya que no son sino puertas abiertas prontas a ser atravesadas.
Lucera, la oveja protagonista, escapa del rebaño emprendiendo una nueva vida donde se topará con distintos personajes entre los que destaca el toro, icono de más bastas realidades: el minotauro… este último el más temido pues queda vinculado al laberinto, a la incertidumbre. El monstruo antropomorfo sediento de sangre que puede ser hallado en el momento más inesperado en el quiebro del sendero. ¿Qué símbolo hay más español que el de un toro?
Lucera es en realidad el alter ego del artista, que en su vagar recoge los numerosos elementos de una cultura cuyo poso reside diluido en la actualidad y cuya meta es desconocida, Lucera está en el camino. Las distancias no existen, ya que se trata de un viaje espiritual con el fin de perfilar una memoria individual y colectiva.
Las costumbres y los hábitos, tan distintos los del pueblo y los de la ciudad que en su expansión incesante devora cual Saturno a sus hijos y los condena a la desaparición, lenta pero persistente. En las imágenes de IOS la geografía natural y la cultura se entrelazan formando un tejido único. No es tan necesaria la extensión sino la profundidad del viaje. Una lucha de titanes, la de uno contra sí mismo, contra el afán de superación y de reivindicación de la belleza en la doble pantalla: la de la obra y la del recuerdo que se fusionan. Un viaje mágico que hace énfasis en determinados parajes que si bien son narrativos, se componen de capítulos aislados. La gran incógnita es el método de Lucera para saltar de un minúsculo contexto a otro, tampoco se resuelve el modo de transporte del Principito para trasladarse de un planeta a otro. Lo esencial permanece invisible a los ojos.
Es en la pulsión a captar el sordo viaje interior, en el sutil cambio de escenarios y de personajes, donde las fotografías pictóricas de López Moral se arman de lo cinético. Las distintas perspectivas que rodean el objeto, el panorama deseado, sus persistentes avances cruzando las estaciones, las temperaturas y la lenta vida, producen en la totalidad de su conjunto un armónico movimiento. Es un artista en cuya retina retiene un asombro que en el Siglo XIX alcanza el grado de arrebato. En clave contemporánea el pasmo no cesa por cuanto de enigmático contienen los espacios apenas habitados por el fragor humano.
En suma, lo artesano que protege lo imperfecto de la naturaleza (wabi, sabi) y la fidelidad de lo fotográfico (pictorialismo y paradójicamente, inmediato) son las claves del arte personal y único del artista.
© Idoia Hormaza 2016