Desde el principio de nuestra civilización, el ser humano cubrió las paredes de sus casas, (ya fuera la oscura cueva paleolítica o el suntuoso palazzo veneciano), de paisajes, bodegones, retratos… En definitiva, de pinturas que decoraran su hogar.
Ya en la era moderna, Freud revolucionó el mundo con sus descubrimientos sobre el significado de los sueños. El lenguaje onírico es el que maneja nuestros inconsciente para expresarse con suprema libertad, sin ataduras ni miedos a ser vistos, es decir, a ser juzgados. Pues bien, en el mundo onírico, la casa representa nuestro más íntimo yo. Somos la casa que habitamos en nuestros sueños, en nuestros deseos íntimos.
López Moral, rizando este rizo (dicho esto sin ánimo de psicoanalizar al artista) utiliza los muros, las paredes de las casas como lienzos sobre los que plasmar sus paisajes. Si las casas son nuestras almas, nuestro yo inconsciente y verdadero del que no podemos huir, las paredes de las casas que recrea el artista se están desmoronando. Al paisaje le haría falta un revoque, o mejor, una “manita de pintura”. Y quizá también un refuerzo de clavos, que sujeten bien fuerte el paisaje sobre su lienzo, la pared, en este caso, y le impidan caer. Paisajes colgados de viejas paredes. Casas medio destruidas sujetan, casi apuntalan al cansado paisaje tan absoluta e indiscutiblemente solitario.
Melina Carrasco